jueves, 29 de septiembre de 2011

Jorge Sainz (5to 4ta 54) y I - NUMERUS CLAUSUS

Este es el primero de tres apuntes acerca de la escenografía vigente durante mis años en el Colegio J. J. de Urquiza, 1949 a 1954. Dudo mucho que interesen a las generaciones que me siguieron – la friolera de cincuenta -, no obstante nunca falta alguien que por nostalgia o afán historicista pueda frecuentarlos.

I -
NUMERUS CLAUSUS

No cualquiera. No cualquiera ingresaba al Urquiza, viejo Colegio Nacional de Flores. Si con las pruebas de matemáticas y castellano no llegabas hasta 40 puntos de un máximo de 45, debías irte con la música a otra parte. Yo saqué 41 y para alegría infinita de mi madre entré a sus aulas. La historia fué así. Mi madre era de Trenque Lauquen y cada vez que en su juventud recalaba en Buenos Aires, lo hacía en una de esas típicas casas de zaguán y dos balcones al frente -, allá por Directorio y Esteban Bonorino. De su concurrencia al viejo cine-teatro Pueyrredón de Rivadavia y Fray Cayetano daba fe, asistiendo al cine o a los bailes de carnaval que ofrecía esta sala emblemática y hasta cierto punto lujosa a la que concurrí muchas veces en los primeros cincuenta. Era un timbre de honor para ella que yo perteneciera al Colegio Nacional del barrio. En ese entonces era casi un privilegio continuar los estudios en el Secundario, antesala frecuente de la Universidad. También iba al Flores, unas cuadras más allá, a otro que estaba en Bonorino, el San José de Flores. Pero había un cine especial, en la frontera, Carabobo al sur, llegando a avenida del Trabajo estaba el Continental con films menos actuales pero un sabor agreste que se las traía. También era una frontera haber cumplido 13 años, ensanchar tu horizonte, viajar solo, aunque ridículamente...de pantalón corto.Tuve que esperar los 14 para asumir mi seudo adultez. Por lo demás, a mí que venía de Villa del Parque, Flores me seducía, el colegio, la avenida Rivadavia, el hecho que muchos alumnos vivieran allí, el caserón pretencioso de Carabobo 286, palacete de postín en que disfrutábamos del método peripatético antes de cada clase. Donde habían metido con calzador en el subsuelo diversas dependencias, salas de música, de química, de Moral o de Italiano, todas allí acurrucadas. Y nosotros detrás en el anexo, seis aulas usadas por ambos turnos, de tarde y de mañana. Había una esquizofrenia en haber montado el Colegio Nacional de ¡Flores! injertado, al palacete del Señor. No conformes, detrás del anexo se empezaron en el 50 a montar unos barracones de madera precarios, rústicos, impropios de un colegio nacional. El Nacional Nº 9 Justo José de Urquiza se iba en títulos, en prestigio, en calidad del profesorado que no era poco. También el nivel del alumnado era bueno y el fracaso escolar mínimo. El 60% del núcleo inicial llegó a quinto (sin contar los traslados, que no abandonos a otros centros). Primero y segundo años eran una criba, en tercero quedaban seleccionados la mayoría para acceder a la Universidad. Más de la mitad de mi división fuimos compañeros los cinco años, un porcentaje elevado si se tiene en cuenta que el resto ya venía de cuarto. No resultaba muy diversa la situación en 5º3ª, supongo que nosotros éramos un muestrario de las pautas de la época. Conflictos de alumnos con profesores o de alumnos entre si, escasos. Siempre hubo y habrá recaudadores de amonestaciones pero no recuerdo expulsiones.

En los alrededores había por Pedro Goyena una escuela industrial, enfrente un colegio primario, más allá por Directorio frente a la plaza de la Soberanía un colegio religioso importante, llamado creo N.S.de la Misericordia. El colegio tenía dos entradas, la principal sobre Carabobo para los profesores, padres y proveedores, en ocasiones también salida de alumnos por la tarde. Por José Bonifacio estaba la auxiliar que era la real para nosotros porque por allí entrábamos todos diariamente.

Donde se montaban los barracones detrás del anexo, se extendía un baldío que alcanzaba la cortada de Pumacahua, campo del honor donde los compañeros defendían su prestigio y su dignidad. Enfrente, en el esquinazo, la librería-papelería de siempre. No recuerdo bares en las cercanías pero sí abundaban en Rivadavia. Para billares y casín, el primer piso del Odeón. Para pizza y empanadas, La Cuyana era insustituible. Los chicos se rateaban por la plaza cercana o los cafés de Flores. Luego estaban la Iglesia espléndida y monumental con sus cortadas de alrededor, -Salala, etc.. Pervivían en franco descenso las casas solariegas y aun las del siglo XIX como Marcó del Pont y demás con nombres de mujer o de flores. Flores no era multitudinario como ahora, había sitio para caminar, para estacionar, para el ocio sereno. Tenía sus propias figuras, Roberto Escalada –actor famoso en la cumbre de su carrera-, Antuco Telesca, Reynaldo Mompel, Jorge Lanza, ases de las radionovelas de Nené Cascallar que organizaba de tanto en tanto en el cine-teatro Fénix, sus veladas rodeada de amigos y actores y un público fervoroso. El colegio estaba ubicado en realidad en el borde este del distrito, algo excéntrico con respecto a la Plaza Flores. Y ¿qué pasaría con los aspirantes que no reunían el numerus clausus? Es probable se derivaran a otros colegios lejanos al barrio. Escaseaban los colegios secundarios. El nuestro era el colegio situado más al oeste de la capital, de Carabobo hacia la Gral Paz no había otro. Estaba en Almagro nuestro padre, el mejor y más prestigioso de Buenos Aires (exceptuando el Buenos Aires de la calle Bolívar que estaba adscripto a la UNBA) con un edificio “ad hoc” , el Mariano Moreno. En Palermo, también había uno muy famoso, el Nicolás Avellaneda. Recuerdo algunos más que nunca conocí como el Belgrano o el Sarmiento y el Mitre.

Para optar al examen de ingreso que entonces eran muy comunes en muchos de los secundarios, fueran estos nacionales, comerciales, industriales y normales, si bien podíamos prepararnos `por cuenta propia lo inteligente era ponerse bajo la tutela de un maestro que te exigiera y pusiera al tanto de los temas a examinar. En Villa del Parque tuve una profesora a la que un grupo de postulantes íbamos a diario, nos daba deberes e incluso un libro que se llamaba “Manual de Ingreso”. O sea que las cosas se hacían en serio todavía. En diciembre de 1949 pisé el Urquiza por primera vez.**. Todo me resultaba extraño y ajeno y me costaba asumir esa retahila de profesores y materias, apareciendo y borrándose cada 45 minutos. No sin inquietudes e inseguridades me acercaba al gran día del bautismo en el bachillerato.



A la página de la promoción '54

1 comentario:

Daniel Eugenio dijo...

Jorge: Tu escrito me hizo viajar sin pagar pasaje al Flores del pasado, donde aprendí a vivir y a dejar vivir. Me gustó mucho. Mi padre fué a ese edificio del Urquiza, yo en cambio al de Condarco, pero la vida de Flores siguió siendo la misma. Ahora quizás un poco más caótica.